Colaboradores al habla: Daniel Egido -autor completo-

Un buen día mi madre me obligó a nacer, en Alicante, un 16 de julio (el año no lo digo para que no sepáis mi edad; ya que si las mujeres la suelen ocultar será por algo). Llegué a este mundo y me dieron unos azotes para que llorara (así sin más, menuda bienvenida) y luego me entregaron a mi madre lleno de viscosidades para que me abrazase.
Una vez en casa pasaba mi tiempo chupándole las tetas a mi madre porque de ellas salía un líquido sabroso (creo que a mi madre le gustaba que las chupara porque incluso cuando yo no quería chuparlas intentaba obligarme) y arrastrándome por el suelo llenándome las manos y las rodillas de mierda. Intentaba hacer sonidos con la boca como los que hacían mis padres; pero no me salían con ese nivel de perfección. Me meaba y cagaba encima, lo cual era un auténtico lujo de comodidad (ahora de adulto cada vez que me entran ganas cuando no estoy en casa tengo que aguantarme y sufrir un buen rato; no es justo) y además no tenía ni que limpiarme yo (busco sin éxito desde hace tiempo una novia que me dé ese servicio).
Cuando ya empezaba a desplazarme en posición vertical, sólo ensuciándome las plantas de los pies (lo que hacía que mis manos fuesen menos sabrosas) comencé al mismo tiempo a sentarme en la mesa de los adultos para comer alimentos triturados (yo sabía que ese no era su estado natural y que eran alimentos triturados por mis padres; no es fácil engañarme) y con esas papillas al mismo tiempo que intentaba comerlas, como me aburría, comencé a hacer dibujos sobre la mesa. Eran bastante abstractos; creo que mi evolución artística evolucionó al revés que Picasso; comenzando por la abstracción. Luego cuando aprendí a coger un lápiz y para que servían los papeles además de para limpiarse las zonas evacuativas del cuerpo empecé a realizar obras de la manera considerada civilizada. Los adultos de mi alrededor comenzaron a alabar mis trabajos. “Este niño tiene un don” y “Ha nacido para esto” y expresiones de este tipo. Yo me las creí por completo porque era un niño y aún no sabía que la familia suele siempre exagerar las virtudes de sus pequeños miembros para presumir con los demás. Así empezó mi carrera como dibujante, gracias a la creencia de que nací para llenar el mundo con mis dibujos y recibir los aplausos de toda la humanidad incluso después de muerto.
Ahora de adulto la cosa ha cambiado un poco; dibujo solo de vez en cuando porque el crecimiento de mi pereza se ha igualado ya en tamaño al crecimiento de mi don dibujístico, así que para conseguir hacer un dibujo he de esperar a que mi don dibujístico venza una batalla a mi pereza; cosa que pasa de tiempo en tiempo. Además, yo mismo me he instalado otro don; el de escribir; que aunque bastante menos evolucionado que el don dibujístico también pelea contra este y contra la pereza para ejercer de vez en cuando.
Muchos piensan: “¿Pero que haces tú escribiendo? si naciste para dibujar; fue lo que hacías con las papillas sobre la mesa.” y eso me hace sentir como un acaparador de dones ajenos, un avaricioso y ladrón de sentidos de la existencia de los que nacieron para escribir. Pero yo respondo: “Siempre he querido ser un ser libre, así que no obedezco a las características personales que el útero de mi madre me impuso sin preguntarme; si al útero de mi madre no le gusta lo que hago, que venga e intente resetearme”.
Así de sencillo; dibujo porque me dijeron que nací para ello y escribo por la misma razón por la que me engancho pinzas en la nariz; porque soy libre y mi ser me lo construyo yo.

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